miércoles, 20 de marzo de 2019

Pres & Lady Day

Hace 60 años concluía la amistad más grande del jazz

Por: Javier Navia para LA NACIÓN

La última vez que Lester Young y Billie Holiday se vieron, apenas se sostuvieron la mirada. Llevaban un tiempo distanciados y, aunque nunca habían sido amantes, los unía un vínculo que excedía la simple amistad. Él había sido el saxofonista más importante de su tiempo y ella, la voz más desgarradora del jazz. Habían conocido los dolores de la vida y eso los hermanaba. Lady Day, cómo él la había bautizado, ponía en palabras lo que el saxo de Pres, el apodo que ella encontró para él, no podía decir, y él hacía música con las palabras que ella no podía pronunciar.
Aunque Lester Young nació en Nueva Orleans, fue en Kansas donde inició su leyenda. La orquesta más importante de su tiempo, la de Fletcher Henderson, lo contrató allí cuando Coleman Hawkins, el músico que reinventó el saxofón, dejó la banda. Pero Hawkins y Young tenía sonidos muy distintos. Mientras el del primero era grave y potente, acorde a un tenor, el de Young era suave, susurrante, con un estilo único y hasta extravagante que en ocasiones lo llevaba a tocar con su instrumento casi en forma horizontal. No duró con Henderson, pero poco después lo acogió Count Basie, cuya big band brilló en los años treinta. Tocando para él conoció a Holiday, una joven que había pasado su infancia en un prostíbulo, donde cada vez que podía escuchaba los discos de Louis Armstrong y Bessie Smith. Se convirtieron en inseparables y solo se distanciaron cuando en 1944 Pres fue reclutado en el ejército. La experiencia arruinaría su vida. Destinado en una base en Alabama, fue despojado de su instrumento, padeció el racismo y sufrió palizas que dejaron secuelas permanentes. Nunca volvió a ser el mismo y la depresión que siguió lo sumió cada vez más en el alcohol. Que su sonido después de la guerra fuera imitado por jóvenes músicos blancos de la costa oeste, que empezaron a superarlo en éxito, agravó su cuadro y a menudo debió ser internado en instituciones psiquiátricas. Eso también lo conectaba con Lady Day, cuya adicción a las drogas la habían llevado a la cárcel y a internaciones habituales.
En diciembre de 1957 se reencontraron para una sesión con varias leyendas del jazz montada por la CBS. Young estaba muy deteriorado, pero con un gran esfuerzo logró acompañar a Holiday mientras cantaba Fine and Mellow. Aunque no se hablaron, los ojos de ella brillaron con admiración y cariño. Apenas cruzaron sus miradas, pero el crítico Nat Hentoff, presente en el estudio, narró luego que todos captaron el momento y pocos pudieron evitar las lágrimas.
Después de ese día, Lester Young se recluyó a beber y su salud empeoró. Murió el 15 de marzo de 1959, hacen esta semana 60 años. Charles Mingus compuso entonces Goodbye Pork Pie Hat en honor a Young y en alusión a su sombrero chato, en forma de pastel, que había empezado a usar. En su funeral, Lady Day anticipó que ella sería la próxima. No se equivocaba. El 17 de julio, apenas cuatro meses después, también dejaba este mundo. Fue el final más triste, pero tal vez más apropiado, para una de las historias más románticas del jazz, la que unió a dos almas dolientes en la belleza de la música y de la más grande amistad.











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